"El día de su entierro", escribió Reinaldo Arenas, "hubo hasta ascensos en el departamento de la Policía Política que vigila a los escritores". Los asistentes al sepelio de Lezama pudieron percibir, de reojo, cómo se desplegaba por los alrededores una brigada policial.
Heberto Padilla contó en sus memorias que, a principios de 1971, Lezama había recibido la visita de un oficial de Seguridad del Estado que lo acusó de difamar del gobierno revolucionario y, puesto que Lezama negaba la acusación, el oficial sacó de su maletín una grabadora y le hizo escuchar la prueba de su propia voz.
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LETRAS LIBRES/ Antonio José Ponte
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